No sé si las hayas y los abetos que dan forma al bosque de Aztaparreta hablan el mismo idioma. No tengo ni idea de si cuando las hojas dentadas de las hayas rozan en algún encuentro casual las agujas afiladas de los abetos, sus troncos se estremecen por el contacto, si se piden disculpas de forma educada o si se sonríen con complicidad, deseosas de que el viento vuelva a propiciar el somero encuentro. Tal vez… tal vez los pinares silvestres de Txamantxoia destilen melancolía por los silencios que arrastran como penitentes, mientras que los bosques mixtos de Aiako Harria ríen a carcajadas, incluso los robles, de pose elegante y seria. No pueden evitarlo, el aire salobre del mar los agita con chispas de sal que cosquillean en sus cortezas duras. Es también en estos parajes donde las nieblas bailan entre los troncos, una danza pausada, como si las millones de gotitas de humedad pesasen toneladas y no pudiesen desplazarse más que con movimientos medidos. Es el mismo espectáculo que vemos en las umbrías de Larra y Belagua, pero aquí el sol se atreverá a participar en la coreografía y añadirá los colores de un arcoíris con una puesta en escena impecable. En la Selva de Irati no se atreve. Allí las hayas se visten de humedad con los vistosos ronchones grisáceos de los líquenes, con los mullidos zapatos que les proporcionan los musgos. Tal vez, así todo, tenga frío y por eso se elevan presurosas buscando el calor solar. No hay duda de que los bosques tienen alma. Las hojas secas crujen pesarosas, protestan con voz triste. Los animales aprovechan el desconcierto para acecharnos sin ser vistos. Así son los bosques del Pirineo navarro. O de otra manera, depende un poco de la mirada de cada uno. El fotógrafo y periodista Santiago Yaniz nos descubre los misterios y tesoros de una treintena de masas forestales en el libro Rutas por los bosques más bellos que acaba de publicar la editorial SUA. Nos propone paseos, ascensiones, caminatas… y nos cuenta historias de esos bosques. www.sua-edizioak.com.