Son grietas oscuras, quebradas, grandes cicatrices que rezuman vida. Añisclo hace gala de una belleza salvaje, con cortes escalonados, paredes rojas sobre las que planean las sombras de las rapaces, mares de abetos y pinos que parecen corretear por doquier. Escuaín juega a esconderse en su tranquilidad, ahogado en sus propias simas, gargantas, estrechos y grutas. Pineta se abre al cielo, es valle y no garganta, pero con barrancos apetecibles en su entorno. Nos movemos por estos desfiladeros, siempre arrullados por los sonidos de algún río, de algún torrente o regata de furia incontenible, empeñados aún hoy en día en seguir horadando la piedra. Os proponemos acompañarnos en esta aventura por la frescura de las gargantas de Ordesa. Cañones de Ordesa. Añisclo y Escuaín. Nº112