Atesora la belleza áspera de los territorios áridos en los que la roca resulta omnipresente. Canchales, lapiaces y roquedos dan forma al paisaje y aunque se asemejan a desiertos inhabitados en ellos encontramos una vida latente de plantas y animales adaptados a estos terrenos inhóspitos para muchos otros. Y a veces surge el oasis que todo desierto guarda, y nos encontramos con ibones como la Basa Mora, Armeña, o Lavasar, rincones en los que el verde arranca los colores a la piedra e inunda la mirada de sensaciones inolvidables. Los abetos crecen allí acunados por el frío y el silencio. El macizo de Cotiella es un hábitat salvaje de cimas nevadas, de barrancos abruptos, de paredes verticales en las que el sol se refleja mil veces. Un paraíso por descubrir. Una buena manera es a través del reportaje fotográfico de nuestro colaborador Eduardo Viñuales, quien te propone rutas y ascensiones en el número 125 de la revista El Mundo de los Pirineos.