1.- Los pasos que acompaño
Una tenue luz anuncia el nuevo día; ahí está. Siento el roce de tus pasos por mis primeras revueltas. Me desperezo y, como de costumbre, recompongo mi identidad de camino con el recuerdo de los pasos que me han ido labrando. Los primeros llegaron arrastrados por el hambre y el viento helado que sopla del norte buscando su tierra prometida; luego, cuando esa promesa hubo germinado en los frutos de la tierra y el ganado, aparecieron los pasos de aquellos que venían a cosechar a sangre y fuego, y el mundo se fue poblando y le nació la historia y con ella surgieron los reinos y las naciones, y me fueron ensanchando los pasos de los peregrinos y de los comerciantes, los de las comitivas del poder y sus ejércitos, el ir y venir de los contrabandistas, el de los perseguidos y el de sus perseguidores. Y ya, por fin, conocí otros pasos similares a los tuyos, los que ahora aguardo.
Los he reconocido al instante (a esta hora tan temprana no me caben dudas). Caminas solo y es como yo lo prefiero. De manera que acompaso mi ritmo al tuyo y, antes de alcanzar lo más alto del puerto, ya seré uno contigo. Y entonces, cuando las Maladetas y el esbelto Aneto (a la luz oblicua del amanecer) se suban a tu mirada y tiren de ti y tú atiendas su dictado, más que testigo, seré parte del sortilegio, pues sin mi concurso (una vez más) no tendrá lugar.
Y te veré partir y te imaginaré sumergido en la montaña siguiendo el camino que tengas elegido: tal vez la concurrida senda, o la arista que ya habrás recorrido y que guarda para ti la revelación del reencuentro entre aquel que fuiste y el que ahora eres, o puede que hayas escogido la ruta solitaria y desconocida que te brindará el espejo en el que podrás reconocerte. En cualquier caso, te querré (y me disculpo por la licencia) franco y sencillo, lejos de la pomposa gravedad que tan mal combina con la montaña.
Y si hubieras decidido regresar por dónde has venido, tienes que saber que aquí estaré, esperándote. Uno contigo de nuevo, nos giraremos y clavaremos en la montaña nuestra incipiente nostalgia; será la más hermosa de las miradas.
2.- Hipnotizada con tu azul
Amanece y las vibraciones, de par de mañana, no son buenas; no me veo con fuerzas, pero no seré yo quien te quite la ilusión tan pronto hermano.Abrigos, mochilas y echamos a andar entre pinos para llegar a una pala sombría y empinada. Empiezo mejor de lo que pensaba y me animo. Mi gozo en un pozo, mis muslos empiezan a fallar, están muy débiles todavía, les exijo demasiado.
Las paradas cada vez son más frecuentes pero llegamos al Ibonet de Coronas; sombra y mucho hielo. Suspiro y me encamino a la fuerte pendiente que me llevará al siguiente ibón y a ese sol que todavía se niega a darme calor.
Tras demasiadas paradas y un tentempié llegamos al ibón inferior. Me estoy mentalizando de que no llegaré a meta, es el momento de comentarlo con mi compañero de aventura. Me mira y dice: tranquila, todavía tenemos muchas horas de luz por delante. Emprendemos el camino al siguiente ibón, cada vez me cuesta más, mis piernas no responden. Llegamos y paramos a comer algo otra vez. Emprendemos el ascenso de nuevo, empiezo a flaquear anímicamente, dato preocupante en mí. Mi hermano lo ve y se aleja para dejarme algo de espacio mientras lo persigo como puedo. Superamos los 3000 metros y casi toco las últimas rocas con la yema de los dedos. Escucho un grito de satisfacción ¡mi hermano!
Quemo los últimos cartuchos y saco fuerzas de donde no tengo. Me tiende la mano y no hay más rocas que trepar. Le miro y tiene una sonrisa enorme dibujada en la cara. Tuca Aragüells (3046 m) ¡te hemos coronado! Las increíbles vistas al azul intenso del Ibón de Cregüeña inundan mi retina, y las lágrimas de emoción son difíciles de controlar. Me fundo en un abrazo con mi hermano y olvido lo duro de las seis horas de ascenso. Me faltan horas para poder sentarme allí y dejarme llevar. Aprovecho al máximo la media hora en la que disfrutamos de esas maravillosas vistas y las grabo en mi memoria para nunca dejarlas escapar. Me zambullo en ese hipnotizante azul con sólo fijar la mirada en él, pues te atrae sin tú darte cuenta como la luz al final del túnel.
3.- Media década entre montañas
Dicen que la montaña es aventura, deporte, salud física y mental, resistencia, desconexión, es poder decir «lo he hecho», tal vez es el reencuentro con nuestro interior mas primitivo y mas humano. Pero lo cierto es que se ascienden montañas para ver las vistas, aunque en la cima haya nubes, se suben subidas para después bajarlas y se andan senderos para mas tarde deshacerlos, llegando a cambiar la comodidad de nuestra querida cama, por la incomodidad de una tienda de campaña o un colchón compartido en un refugio.
Sin duda en todo esto tiene que haber cierta magia, esa que hace que un trozo de chocolate tenga un exquisito gusto si se prueba en lo alto de una cima y obliga a dar el valor que se merece al último sorbo de agua. Estos valores no están escritos, no se estudian, solo se absorben cuando has reajustado miles de veces las correas de tu mochila, se aprenden con la experiencia de pisar piedra, hierba, barro, saltando ríos y raíces o cuando escuchas el nítido grito de un águila entre el espeso silencio de un valle del Pirineo.
Desde que nació mi hijo he querido ofrecerle el regalo más grande y más barato, el amor por la naturaleza, a sus diez años ya cuenta con media década entre montañas. Puigmal, Carlit, Canigó, Puigpedrós, Pedraforca, son algunas de las cumbres que el Pirineo le ha dejado conquistar, viendo como la huella que deja su pie se ha ido agrandando año tras año. Para un padre no hay nada más grande como cuando la pregunta «¿Papá, cuánto queda?» se transforma en «¿Papá, cuándo volvemos?» y notas que ha llegado el momento de superar esa frontera que no existe, que es solo una curva de nivel en un mapa topográfico, pero todo un ritual para un montañero.
Tres de septiembre de 2014, ha coronado la Pica d’Estats, su primer 3000, una enorme cruz le da la bienvenida, por debajo toda Catalunya, por encima solo queda aquello que se atreverá a soñar, y mientras alza la mano esgrimiendo el signo de la victoria, yo me hago una pregunta ¿quién de los dos esta regalando el mejor regalo, el padre o el hijo?
4.- Aún más arriba
El día empezaba fresco en aquel lugar tan conocido. Cuántas tardes de verano, en mi infancia, corriendo por la zona del Balneario de Panticosa… y cuántas veces me había imaginado saludando a los turistas desde la cima de aquellas montañas… Hoy, por fin, podía ser ese día.
Eran apenas las ocho de la mañana cuando comenzábamos el camino. Primeros metros de ascenso por un terreno boscoso. La senda esquivaba hábilmente los árboles conforme ganábamos altura. Pronto dejábamos atrás la frondosidad del bosque para llegar a una zona de prados. El sol nos golpeaba con fuerza, a la vez que iluminaba las cumbres de las montañas que nos rodeaban. ¡Qué espectáculo!
Poco más arriba ya se intuía nuestro primer objetivo, el Cuello de Pondiellos, del que nos separaba un camino árido, que serpenteaba a través de un caos de rocas. Las fuerzas empezaban a flaquear, pero el esfuerzo valía la pena. Solo nos quedaba atravesar un pequeño nevero para llegar a la divisoria de los dos valles.
Una vez en el collado, las vistas se tornaban inmensas. A lo lejos, infinitas montañas cuyas cumbres se erguían, caprichosas, hacia el cielo. A nuestros pies, las aguas azules de tres ibones, rodeados de gigantescas moles que superaban con holgura los tres mil metros.
Sin embargo, mi vista se centraba en un pequeño resalte de roca. Ahí lo tenía, a apenas unos centenares de pasos. Pico Arnales, 3006 metros. Por poco, por muy poco, superaba esa legendaria barrera de los tres mil metros. No era el más conocido, ni el más alto, ni el más bonito. Pero era mi primer tresmil. Finalmente, cima.
Ahora, unos años después, lo contemplo desde una atalaya privilegiada, algunos metros por encima suyo. Estoy en la cumbre del Garmo Negro y, a mi alrededor, distingo varios picos míticos del Pirineo: Infiernos, Balaitús, Midi d’Ossau… Arnales. Y me pongo a recordar. Recuerdo los últimos metros del camino hacia mi primer tresmil, duros pero incomparables. Recuerdo las vistas desde la cima. Recuerdo pensar que, algún día, me encontraría justo donde estoy hoy. Aún más arriba.
5.- La cima de una vida a 3355msn.
Un día especial en su vida, se encontraba rodeado de un mundo pétreo, inerte y atemporal, sin embargo, sentía que el entorno que le rodeaba llenaba de vida su envejecido cuerpo. Septuagenario, deseaba pisar con la suela de sus viejas botas aquella lejana cordillera que divisaba cada vez que ascendía a las montañas del lugar en el que residía. Su deseo se iba a hacer realidad, por fin iba a conocer el Pirineo, por fin podría otear el cielo en busca del majestuoso vuelo del quebrantahuesos, su reto había comenzado. Su ilusión e ignorancia le hacían ser atrevido, desconocía que la última parte de la ascensión era la más peligrosa si estaba cubierta de nieve, un tobogán helado testigo de múltiples tragedias. Arribó al valle por excelencia, quedó ensimismado por la belleza del lugar, la verticalidad de sus paredes, sus colores, se encontraba en el corazón del Pirineo y rebosaba felicidad. Caminaba entre hayas y abetos, el río Arazas que bajaba bravo le acompañaba, al poco, el sendero abandonaba el bosque y dejaba a la vista las Gradas de Soaso. El Monte Perdido, cual centinela de piedra dominaba el valle. Llegó a la cascada más emblemática de Ordesa, remontó la ladera bajo las paredes de Punta Custodia, y, por sendero, llegó al refugio, cenó a la luz de la luna bajo un cielo cubierto de estrellas y entró en un profundo sueño. El despertador sonó temprano, el amanecer dejaba adivinar un espléndido día, una ligera brisa refrescaba el ambiente, dirección norte se dirigió hacia la ciudad de piedra, una manada de rebecos correteaba sobre un nevero alegrando su ascensión, eligió el Lago Helado para descansar antes de los últimos 300 metros de ascensión, la brisa era cada vez más fuerte y las nubes se adueñaron del lugar, el frío se acentuaba, decidido comenzó a ascender, un reguero de piedras permitía evitar el temible tobogán helado, rebosante de alegría disfrutó los últimos metros, se encontraba en el hito cimero, envuelto en una profunda niebla pero en ningún momento perdido. Su deseo se había hecho realidad, aquella lejana cordillera ya no le era extraña.