Tere se asoma a la puerta de mi despacho. Viene armada. En la mano derecha el plumero y un trapo de un llamativo color verde pistacho. En la mano izquierda un pulverizador. “¿No te marchas? Tengo que limpiar” me dice. No hay opción a discutir, por muy directora que sea yo. Cuando toca limpiar, la que manda es ella. Empiezo a cerrar archivos y a guardar carpetas. En la pantalla brilla la maqueta del especial de verano, que saldrá en junio, los Tresmiles del Pirineo Central. Me bajo de la cima del Aneto, desde donde disfrutaba de unas generosas vistas virtuales. Desciendo de forma vertiginosa saltándome a la torera el paso de Mahoma, el glaciar y demás pasos, senderos, hitos y señales.
Tere me mira desde la puerta preparada para el asalto. “¿No vas a recoger la mesa? Tengo que limpiarla.” Sus preguntas son siempre retóricas, o más bien, son una orden. No esperan respuesta sino una acción-reacción. De los nervios, creo que le he dicho al archivo que no guarde los cambios. Tendré que subir de nuevo al Aneto desde el principio. Es un placer, pero tengo prisa por cerrar el número y enviarlo a imprenta. ¡pdfsñuñtuff!
Miro la mesa, está llena a rebosar de mapas y libros de consulta. Me llevaría media hora recoger todo y otra media hora volver a ponerlo ahí luego; lo necesito para continuar trabajando en el número especial. “No voy a recoger la mesa, déjala así” le digo cuando ya he sobrepasado el umbral. Ni le miro a la cara, seguro que me ha fulminado con la mirada. Me arde la espalda.