15 de julio de 2014. Estoy preparando el calendario del 2015. Los días festivos se me están revolucionando un poco. Los aragoneses sacan pecho a ritmo de salterio, mientras que los catalanes esperan pacientes su turno, conteniendo el deseo de bailar. Las fiestas del Pirineo occidental también están bulliciosas y nerviosas, sacuden los meses estivales a golpe de cánticos y saltos. Por el rabillo del ojo veo el rojo del día de Andorra, camuflado, junto al de Val d’Aran. También chisporrotean. La lucha es sin cuartel. Convierto domingos en aburridos lunes, los anodinos miércoles pasan a ser esperanzadores jueves, y estos, fabulosos viernes. Deslizo un equinoccio aquí y un solsticio allá, coloco lunes llenas y menguantes, apunto con destreza cuáles son las fechas para comprar la revista El mundo de los Pirineos… Luego tengo que ponerle cara a cada mes con una foto. Aquí, el mareo es total: me falta alguna de primavera, tengo muchas invernales, esa flor no pega ni con cola, demasiados lagos… Pero seis horas después, tras un profundo suspiro, lo doy por acabado. Ya está. Se lo paso a todo el mundo. Y entonces me llega una voz del fondo de la redacción: ¡El 31 de agosto no es festivo! ¡Te has equivocado!
¡Ya se me ha colado un lunes que quiere vestir de fiesta!. Tengo que poner orden. Empiezo a repasar otra vez todos los días, semanas, meses… ¡Ainsss!