Con las primeras luces del día, la oscuridad de la tierra se torna vida en Aigüestortes y tras las sombras comienzan a emerger otras sombras, estas llenas de luz. Las siluetas de los pinos negros se dibuja perfecta frente a las piedras claras, colonizadas por líquenes que les otorgan tonalidades que conjugan verdes y amarillos. El gris acerado de un lago, liso e incorrupto, comienza a brillar y atrapa en su pureza la imagen deformada y volteada de árboles, rocas y montañas. El paisaje se desdobla en cientos de estanys y se enfrenta a su reflejo. Aigüestortes despierta, el país de los lagos se despereza frente al espejo de sus aguas. El mundo de los Pirineos nº 111