Carácter montañés

Es como si la propia naturaleza hubiera querido en su día preservar el valle de Tena. Todo, el paisaje y a sus habitantes. Al sur, las sierras de Tendenera y Partacua cierran con elegancia los dominios. El paso de Santa Elena ejerce de puerta de lujo. La mirada, es inevitable, se cuelga de los riscos de esos cordales, de sus cumbres de presencia impoluta.

Los pueblos de Tena se reparten entre las tierras altas, con vistas de lujo, y la zona baja, no por ello privadas de panoramas atractivos. Y es que si las sierras del sur dibujan un horizonte agreste, por el norte nos encontramos con esos primeros tresmiles que otorgan entidad a la cordillera, con nombres propios como Balaitús, Infiernos, Garmo Negro, Gran Facha… Una gran familia en la que otras cumbres menos altas, pero no menos prominentes, como Foratata o Peña Telera, ponen el trazo de identidad.

Ese es el escenario que ha marcado el carácter montañés de los tensinos. Guardados entre picos fieros, su cultura, sus costumbres y su organización se han diferenciado de las de pueblos y valles vecinos. Han vivido de esa ganadería que ha sabido aprovechar los pastos frescos de los puertos de montaña en verano y han convivido con la nieve y el frío que les fustigaba en invierno, cuando el ganado estabulado exigía los cuidados en el establo. Esa nieve inmisericorde fue también la que trajo prosperidad sobre los esquís sen el siglo XX.

Valle de Tena, cuna de tresmiles, la guía escrita por Fernando Biarge dentro de la colección El mundo de los Pirineos, es una clara invitación a descubrir este entorno, a asomarnos a cualquiera de numerosos miradores naturales que encontraremos, a pasearnos por sus bosques parajes solitarios, a degustar unas deliciosas migas de pastor y un quemadillo, fórmulas magistrales que aliviarán el frío de nuestro cuerpo. Es una invitación en toda regla. www.sua.eus

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