Es lo que tiene no saber más idiomas que el propio, que vas por el campo y no entiendes absolutamente nada de lo que oyes. Tanto es así, que muchas veces ni siquiera «escuchamos» los cientos de voces que acompañan a nuestros pasos. No veremos a nuestros interlocutores, la mayoría de las veces los oiremos (si estamos atentos), por lo que tiene vital importancia saber diferenciar unas lenguas de otras. Así, el arrendajo nos sorprenderá con un “craark”, el carbonero garrapinos, con un “sii–tu” repetido, el pequeño buitrón soltará un «tzit–tzit–tzit» mientras que el carricero tordal se empeña en romper la quietud con un chirriante “kreek–kreek” . La ganga ibérica da la nota con su “gang–gang”, la cogujada montesina suelta un «tu–tellitiu–tilli–tii» no exento de cierta melodía y la curruca rabilarga no se esfuerza mucho y carraspea más que otra cosa un “chaiirr” lastimero. Sí, hablábamos de aves, claro.
Así, entre unos y otros, componen cada primavera un coro de voces de registros múltiples, entonadas y melodiosas la mayoría. Para el neófito puede resultar imposible distinguir unos de otros, inhumano tener que poner nombre propio a cada canto. Pero es posible, requiere, como otras disciplinas, dedicación y muchas ganas. El disfrute está garantizado y la satisfacción al obtener resultados, también.
El arte de observar aves se complementa a la perfección con el deseo de distinguir a unas de otras, ponerles nombre, y además saber quién es quién por su manera de cantar.
Este nuevo libro de Eduardo Viñuales, Rutas para observar aves, integrado en la colección Aragón, llega con la intención de facilitarnos la labor. Pone en nuestras manos una treintena de recorridos repartidos por todo el territorio aragonés con las pistas necesarias para ir conociendo a las aves que frecuentan cada uno de ellos. Una manera excelente de caminar y enriquecer nuestras salidas, saber más de Aragón y de las aves que por allí encontraremos.
Cierren los ojos, estén atentos a lo que escuchan y disfruten… Aquí les dejamos un aperitivo