Me encanta ir por el monte y fijarme en las plantas y flores que me encuentro por el camino. En estos meses de primavera, como os podéis imaginar, es una auténtica locura. Si dejamos al margen las zonas muy altas donde el aire aún es gélido y corta cualquier atisbo de destacar, en laderas y praderas se produce un verdadero estallido de colores, tamaños, formas y especies. Amarillos, fucsias, morados, blancos, azules… todos los colores se dan cita con el escenario del verde intenso de la hierba.











Milenramas, jacintos, pulmonarias, grajillas, nomeolvides, lirios, hepáticas, los abundantes dientes de león, crestas de gallo, prímulas, gencianas, anémonas, orquídeas… Unas con los últimos coletazos del inviernos, otras cuando el sol acaricia con más fuerza, todas nacen con fuerza, deseosas de sacudirse de encima tantos meses dormidas. Es un festín esperado para los insectos que liban sin parar, saciados de polen, mensajeros sin saberlo de nuevas vidas, de la supervivencia del sistema.

Así, es el momento de fijarnos en plantas y flores para tratar de identificarlas y disfrutar de una jornada diferente. Lo ideal es contar con una buena guía de flores en la mano, nos ayudará a ponerles nombre, a aprender más sobre cada una de ellas. No las arranquéis, lucen más bonitas en su entorno. Pero, ¡no os olvidéis de hacer una foto para guardar la imagen en nuestro archivo! Podemos realizar una pequeña ficha con datos como la localización en la que la encontramos, el día y la hora, las flores que había a su alrededor, el paisaje… Un pequeño diario que nos traerá cientos de recuerdos cuando lo repasemos más adelante.